¡Y este año la sección: By Kroana, se renueva!
El grupo de
Adictos a la Escritura está calentando motores y comenzamos el año con un ejercicio dedicado al invierno.
Decidí probar con la narración en tercera persona que es de las que menos uso.
Puedes encontrar la lista de todos mis relatos-escritos publicados en el blog
acá.
De antemano, gracias por leer ^_^
¡Espero les guste! Y... leer sus comentarios...
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“Era una de las nevadas más fuertes que se habían visto en años en Copenague. Elena se arrepentía en partes iguales de haber venido de vacaciones en esta época del año, pero lo que más lamentaba era estar sola.
Pensó que un viaje, unas mini vacaciones la harían sentir mejor pero el panorama que le brindaba su ventana, completamente blanco, lejos de reconfortarla la hacía sentirse más sola. Todo estaba vacío y si no fuera por las pocas luces alumbrando la calle diría que era una ciudad fantasma.
Arrimó un sillón de la habitación y lo dejó frente a la ventana, tomó una manta y la taza de chocolate caliente junto a un libro de romance de su autora favorita y dejó atrás todos los pensamientos negativos. Pero la pareja protagonista se negaba a colaborar a mejorar su humor, justo habían decidido separarse por 'las circunstancias'.
Molesta, cerró el libro de golpe y se levantó del sillón aún con la manta abrigándole el cuerpo. Volteó a la mesa cercana y halló la taza de chocolate ahora vacía. Dio vueltas por la habitación cual león enjaulado y en un impulso decidió salir.
Tomó su abrigo, guantes y gorro, antes se había calzado ya sus botas, y con todo en mano se dirigió escaleras abajo. Estando en el lobby se detuvo un instante en las puertas giratorias y prefirió seguir el camino hasta el restaurante del hotel. Pensó que sería mejor no arriesgarse a salir y perderse luego debido a la nieve.
Se sentó en una de las mesas junto a la ventana desde donde podía ver el viento llevar la nieve de un lado a otro, no estaba segura de si seguía cayendo del cielo, pero en la calidez del restaurante junto al murmullo de las conversaciones a su alrededor y los típicos olores que le llegaban desde la cocina, por primera vez en el día no se sintió tan sola y una sonrisa se abrió paso en su rostro alumbrando su semblante cansado.
—¿De vacaciones?
Preguntó un hombre de pie a su lado. Elena se sorprendió y lo miró con mil interrogantes, todas sin pronunciar.
—¡Oh, lo siento! Quieres estar sola, ¿verdad? Lo siento.
Se disculpó el desconocido y aunque Elena seguía anonadada tuvo el sentido común de contestar, después de todo no quería estar sola.
—No, lo siento —sonrió—, es que me has tomado desprevenida. Hola —ensanchó su sonrisa—, soy Elena —dijo extendiéndole la mano.
—Un placer —sonrió el desconocido—, soy Armando.
—¿Y tú eres de la ciudad?
—No, me temo que estoy de vacaciones.
—¡Oh! —dijo Elena un poco desilusionada—. ¿Vienes a pasar las fiestas con la familia?
—No —respondió Armando—, he venido solo.
Aunque Elena esperaba que así fuera le pareció extraño que un hombre viajara solo para navidad, después recordó que ella estaba viajando sola para navidad y pensó que aquel extraño también tendría sus motivos.
Los ojos oscuros de Armando eran hipnóticos y repelentes a partes iguales.
—¿Esperas a alguien? —Elena negó con la cabeza, por la que aún rondaban pensamientos erráticos. ¿Y si era un psicópata?—. ¿Puedo acompañarte?
Elena decidió que no sería tan mala idea que Armando la acompañara a comer y quizá beberse unas copas. Decidió dejar de lado su instinto que le decía que no aceptara al hombre que tenía en frente y escuchó a su corazón que estaba desesperado por contacto humano.
—Seguro, ¿de dónde eres?
—De Chicago, ¿y tú?
—Estás acostumbrado a la nieve, me imagino —Armando asintió—, yo soy de Venezuela, mi tierra es muy cálida.
—¿Es la primera vez que estás en una nevada?
—Sí, es mi primera vez.
Y a la luz de la vela que estaba en medio de ellos, en aquella mesa, los ojos de Armando brillaban de expectación. Ahora que podía ver de frente a aquella mujer que había llamado su atención al entrar en aquel restaurante, se daba cuenta de que le fascinaba un poco más con cada segundo que pasaba. Elena poco a poco fue dejando de lado sus prejuicios y abrió su corazón a la sinfonía universal, esa que nos conecta con los demás y nos une incluso antes de que seamos conscientes de ello.”
—Y así fue mis queridos nietos como conocí a su abuelo.
Se oyeron toda clase de murmullos y sonidos de queja por parte de todos los niños que estaban sentados a sus pies junto al fuego del hogar en su casa en Chicago. Elena se encontraba sentada en su sillón favorito con una manta en las piernas, feliz de ver a sus nietos en navidad.
—No nos has dicho la parte más linda de la historia, abuela —se quejó Ellen, una de las nietas más grandes, con sus nueve años y medio.
Elena sonrió.
—¿Ah sí? ¿Quieren que les siga contando la historia?
Se escucharon sonidos de aprobación por parte de todos los presentes, incluso aquellos ya mayores que le escuchaban desde los muebles de la habitación: sus hijos e hijas con sus esposas y esposos.
“Esa noche, Elena y Armando conversaron de sus vidas, con la confianza de quien se conoce por años, a pesar de que ellos se conocían de tan solo unas horas, sus corazones estaban destinados.
Pero, quizá por miedo no se dieron los números de teléfono, tampoco hicieron promesas para verse al día siguiente, se despidieron con una gran alegría por dentro y la confianza de que el destino los conectara de nuevo.
Pasaron unos días y Elena y Armando no se volvieron a ver, incluso en la fiesta de la víspera de navidad, no se encontraron.
Elena estaba muy triste y comenzaba a pensar que todo había sido producto de su imaginación, que aquel hombre que había conocido no existía más que en su propia mente, y por este temor no preguntó por él en la recepción del hotel.
Un día, veintinueve de diciembre, salió a dar un paseo. No estaba nevando, por lo que el tiempo era precioso para caminar, y decidió tomar aire fresco en el puerto. Era día de mercado y las tiendas ambulantes estaban por doquier, a pesar de que no nevaba habían fuertes ventiscas.
Elena sostenía su gorro con una mano en la cabeza mientras que con la otra se abrazaba a su cuerpo para caminar y no se fijó en que la bufanda se estaba saliendo de su cuello, tenía una pashmina roja que había conseguido en oferta unos días atrás, y cuando se dio cuenta la bufanda salió volando de su cuello, al tratar de agarrarla salió volando también su gorro, y su cabello empezó a ondear a todas partes, se sintió torpe y lo primero que hizo fue sostener su cabello.
Al alzar la vista, Elena vio a Armando, que sostenía su bufanda y se la ofrecía de regreso.
—Me parece que es tuya.
—Sí, gracias.
—¿Me permites? Debes anudarla de esta manera, sí, así está bien —le decía mientras le colocaba la pashmina al cuello.
—Gracias —respondió Elena sonrojada.
—Estoy a tu orden.
—No te había visto —le reclamó ella.
—Tuve que salir de la ciudad por negocios, pero ya he regresado, esperaba que no te hubieras ido.
—¿Por qué?
—Quería verte una vez más...”
—Y así mis queridos niños, fue cuando decidí más nunca apartarme del lado de su abuela —dijo Armando mientras llegaba al lado de su esposa, traía entre sus manos una bufanda roja ahora desgastada por el uso.
—Me encanta esta historia —dijo uno de los niños.
—Es tan lindo como se conocieron mis abuelos —dijo una de las niñas—, como en una novela.
—Sí, y escucharles contar la historia es lo mejor de las navidades —convino otra de las niñas.
Todos los niños asintieron ante el comentario.
—Es realmente como un cuento de hadas.
Y todos en la sala suspiraron al ver a Armando colocarle aquella pashmina roja a su amada esposa en la víspera de navidad, mientras afuera la blanca nieve caía lentamente.
Nos leemos